Era una Cali atravesada la que me tocó vivir, ciudad esquizofrenia, neurótica, bipolar, emocionalmente jodida, oscilante entre el amor y el odio. Para no odiarla tanto me refugié en reminiscencias de generaciones pasadas y ajenas, yo fui de esa generación de los ochentas-noventas, esa misma que vio parir un narco tras otro, mujeres convertidas en muñecas siliconudas y prostituídas ante inacabadas bonanzas cocaleras, carteles ya no de cine o teatro sino de mafia y paramilitarismo televisados en horario familiar y como espectáculo sus orgías de sangre, banalidad y superficialidad repotenciada.
Me quería quedar con los colores de generaciones pasadas, solía pensar que las apuestas de presente y futuro emancipado de los años sesenta y setenta habían sido la cuna de los sueños revolucionarios, las utopías y las rebeldías, esas que parecían haberse quedado sepultadas -o al menos eso intentaron hacernos creer- bajo la desesperanza de los escombros del muro de Berlín.
No entendería hasta muchos años después que las utopías se renacen una y otra vez, no sabría hasta muchos años después que quedaría atrapada en la utopía Frente Unidista del padre Camilo Torres Restrepo.
Lorena López Guzmán
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Fotografía tomada en la ciudad de Cali, 2009. |
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